jueves, 30 de diciembre de 2010

El amargo sabor de la despedida.

Difícil trago del cáliz el que tomamos todos los que nos consideramos cofrades, rocieros y, sobre todo, cristianos el pasado lunes en tu despedida. Si es difícil despedirse de alguien cuando marcha hacia buenas nuevas, mas difícil es tener que decirle hasta luego a quien se sabe que ha sido ajusticiado por tener la cruz marcada, desde tiempo atrás, por ir de frente y por derecho.

Difíciles empresas has acometido en estos siete años que en Jerez llevas y que te han convertido en un miembro mas de esta ciudad bendita, a la que has aportado nuevas formas y maneras de entender y hacer las cosas. Las Hermandades del Rosario y el Rocío pueden dar fe de ello, amén de muchas parejas a las que has unido en el sacramento del matrimonio –entre las que me incluyo- o la forma de enfrentar la realidad que tendrán muchos estudiantes tras pasar por tus clases.

Doce meses, trescientos sesenta y cinco días eternos para muchos de nosotros, será el tiempo que echaremos en falta tu forma de decir las cosas, ejerciendo el magisterio predicador de una Orden Dominica cuya máxima es promover la justicia de tres maneras: con las obras de caridad, con la palabra, y con el estudio de las causas y medios para cambiar la situación.

El único consuelo que nos queda a quienes nos vamos a quedar esperando tu regreso, es saber que, afortunadamente, volveremos a encontrarnos. Estarás en las Islas Afortunadas con la compañía de los tuyos que te darán la calma y tranquilidad necesaria para coger fuerzas con las que volver a enfrentarte a los nuevos designios que diariamente nos marca la vida.

Hasta luego, Martín. Que Dios te bendiga y te guarde.